15 February 2008

Prácticas Suicidas









Manifiesto Suicida
A ti, mi ciudad…
“Cuando se vive permanentemente a más de 2.800 metros de altura, no es exageración pensar que se está a las puertas del cielo” (Ernesto La Orden M):
Quito, ciudad solar que ofusca las sombras con su luminosidad, tierra sagrada que oculta los nunca encontrados tesoros.
Capital del barroco enquistada en los Andes, atravesada por trópicos, enmarcada de volcanes repujados por el fuego.
Campo fértil de fusión de razas, etnias, culturas.
Luz de América, foco insurgente, desde la memoria hasta los recuerdos más actuales.
Traspasa sus límites para extenderse en avenidas que ya no alcanzan a ver los ojos desde el mismo altísimo Pichincha.
Patrimonio Cultural de la Humanidad que se debate entre la opulencia y los cordones de miseria. Patrimonio sometido a la polución y al ruido, cuál será el “no hay cielo como el de Quito”.
Carita de ángel deforestada que se expande y moderniza; por todas las laderas casas grandes, casas chicas, monumentos comerciales que no acompañan, ni armonizan.
Linda ciudad de bajadas y subidas, son tus laberintos, valles y recovecos que, a pesar, siempre hipnotizan.


En un sistema cuyo margen de imprevisibilidad se asienta en el caos de las reglas de juego, la imposibilidad de medir distancias entre los hechos, los personajes, las coyunturas nacionales, hace que la vida cotidiana nos exaspere con sus repentinas metamorfosis y exageraciones de peculiar lógica. Es insólita la facilidad con la que nos deshacemos de los presidentes, después de haberles puesto, en derecho democrático, su bandita presidencial, por ejemplo. Es notable el surgimiento de movimientos sociales que luego se desmoronan. Es inaudita la brecha social que se forma a partir de la ignorancia controlada por el poder institucional. Por no hablar del jocoso manejo de nuestros recursos naturales renovables y no renovables, de la deforestación geográfica y humana, y menos aún de la jacarandosa administración de la ley. La historia nos corre a tontas y a locas, sin ton ni son, de repente y de golpe y porrazo, al común, nos dejan sin aliento y con la constante sensación de haber sido tomados el pelo, visto las huevas, metidos el dedo…
Resbalando en esta inercia, nuestro medio es un medio de estructuras, sistemas e instituciones precarias, donde la producción artística responde con sus propias herramientas. El proceso de hechura, es casito artesanal y está delimitado ante todo por las carencias. La falta de apoyo económico hace que las necesidades sean cubiertas mediante el trueque; el toma y daca, el te acolito, son los modos de operación artística. En el transcurso de ese trueque y encuentro aparece siempre la risa, carcajada efervescente que impone ritmos que a veces funcionan y fluyen, otras entorpecen. A eso llamo, carnavalización de la producción artística.
“La sal quiteña tiene su función social de domesticar a la gente y librarle de los peligros enormemente prometedores de la ira” (Simón Espinosa). El humor asoma como presencia de ánimo que transforma el entorno. Esta es la dinámica de realidad invertida que nace de nuestro constante carnaval -el juarasjuasjuas-, donde el orden no está puesto ni del derecho ni del revés. El principio y el luego son caos, que es el punto de partida de todos los mundos posibles e imaginarios. Todas las posibilidades de producción que aparecen en el desorden y el juego, relajan y divierten, atufan y encolerizan a la vez, sin que por esto se deje de obtener procesos y resultados substanciosos.
Es entonces que retomando la carnavalesca liturgia iniciática de muerte y resurrección, extremos inseparables e imprescindibles, practico la franca desobediencia y liberación de deseo. Me apego a la ruptura de las barreras del yo en afirmación de una estricta monomanía e intervengo en el espacio conflictivo con la voluntad de traspasar líneas con mi propio cuerpo. Retomo hábitos corporales urbanos para asaltar el espacio público y penetrar sin aviso sus tramas en forma de metáfora, juego o queja; tomándome, como un suicida, todos los riesgos hasta sus últimas consecuencias.

Idea original y ejecución: Valeria Andrade
Dirección de video y edición: Pedro Cagigal
Banda Sonora: Jorge Espinosa
Cámaras: Pedro Cagigal, Raúl Ayala, David Guzmán, Diego Bravo, David Jara, Dayana Rivera
Actuación Especial: Jaime Guevara
Colaboración: Vilmedis Cobas, Yosvani Cortellán, Sebastián Salvador








1 comment:

wAlter diEgo said...

Cuando se vive a 2800 metros de altura en ocasiones uno se cree tan cerca del cielo que tiende a no mirar abajo porque tan solo hacerlo marea de tal forma que la caída puede ser bastante estrepitosa.

Muy buena tu propuesta, me gustó mucho.